"Aparento vivir en un sopor permanente para que supongan que ignoro el final... Es mi fin en este mundo y en mi patria, pero no en la memoria de los míos. Ellos siempre me tendrán presente, por la simple razón de que siempre habrá injusticias y regresarán a mi recuerdo todos los tristes desamparados de esta querida tierra."
E.P.
Aún se sentían los rumores de octubre en el aire, y la plaza se volvió a colmar de pasiones otra vez, pero esta vez no fue el clamor del grito roto de los descamisados el que lo llenó todo, esta vez fue el silencio. Un silencio de luto, de ausencia fresca, un silencio de invierno inconsolable. Ese día el cielo también lloró (porque si hay cielo seguramente es para los humildes) y su fragancia, que huele a patria nueva, quedó para siempre impregnada en cada rincón en donde la justicia y los sueños hicieran falta.
Y fueron dieciséis días de velas que no se dejaron apagar por el frió de julio, y fueron kilómetros de sueños haciendo cola para besarla y decirle adiós, para decirle gracias, gracias por haber estado, gracias por haber ardido en el fuego de los pueblos, por dejarlo todo, por pedirnos nada a cambio y no temer nunca. Y fue entonces cuando la Nación entera lloro su ausencia, porque se apagaba la razón de nuestras vidas y solo ahí nos dimos cuenta que la santidad era posible, porque no hay otro milagro que el de estar unidos y es en la unión donde nace toda certeza. Después vinieron tormentas, huracanes de violencia y odios de antaño. Sin embargo su fragancia quedó intacta, perfumando cada instante. Y nosotros, los que hoy estamos, seguimos de pie, desafiando a quienes la desafiaron, porque nos inspira su memoria, nos alienta su perfume a patria justa, libre y soberana (que para algunos pocos es demagogia), y en cada paso que damos ella está a nuestro lado, alimentando la conciencia que un mundo mejor es posible. Y así seguiremos, llevando su nombre como bandera hasta la victoria. Siempre. - Mario de Huerta Grande -
